Sobre lo espiritual en el arte se convirtió en el primero de los libros en el que Vassily Kandinsky expuso su idea sobre el papel de la pintura, el estado del arte pictórico en su tiempo y cómo ha sido posible pintar con el espíritu y no con la mente puesta en recompensas materiales. Dejar volar la imaginación y no atarla a las convenciones de la realidad, atreviéndose a experimentar otras impresiones y permitiendo que cada uno exprese lo que quiera en pos de una nueva libertad. El libro se enuncia como teoría sustentadora del movimiento que deslumbró al siglo XX: la abstracción como atributo trascendente y expresión auténtica del espíritu.
La pintura actual se encuentra en un estado de liberación de la naturaleza. Es preciso que el pintor cultive su alma y no sólo su sentido visual, para que ella misma pueda clasificar el color y no sea un mero receptáculo de impresiones externas sino una fuerza activa en la gestación de las obras. La creación sobre una base espiritual potencia el movimiento ascendente y progresivo de lo que Kandinsky llama «el triángulo espiritual».
El arte con futuro es el que radica en la evolución espiritual. Las obras de arte deben surgir del alma humana, encerrar misterios, sufrimientos, dudas, entusiasmo y luz, armonizar sobre el lienzo. El artista debe perseguir la belleza de acuerdo con el principio de su valor interior. Sólo se puede medir la belleza con la vara de la grandeza y la necesidad interior. Bello es lo que emerge de la necesidad emocional interior. Bello será lo que sea interiormente bello.
Arnold Schönberg prevé con claridad que la completa libertad, único medio en el que puede desarrollarse el arte, nunca será absoluta. A cada periodo, le corresponde una cuota determinada de libertad, y ni el genio más eficaz podrá exceder sus límites.
En general, el ser humano no se ve atraído por las grandes profundidades y prefiere permanecer en la superficie porque implica un esfuerzo menor. Cuando el espectador puede ver la forma, la dinámica, el color, los objetos tomados de la naturaleza, causando un relato lógico externamente, permanece inmune a las vibraciones más intensas del alma. Es preciso encontrar una forma que excluye esa sensación de cuento y que no sea un estorbo para el efecto puro del color. Cuanta menor causalidad externa tenga la dinámica, más puro, hondo e interior será el efecto que ocasione.
El color tiene un gran afecto sobre la mente, es un instrumento para influir directamente sobre el alma. El color es la tecla, el ojo el mancillo, y el alma es el piano con sus cuerdas. El artista es la mano que produce vibraciones adecuadas en el alma humana, mediante una y otra tecla. La armonía de los colores debe estar fundada específicamente en una ley de contacto propicio con el alma humana: ley de necesidad interior.
La música representó para Kandinsky el arte por naturaleza, define un lazo místico entre música y pintura que se precisó y consumó en procesos psicológicos. Las formas, incluso las completamente abstractas, que pueden reducirse a una forma geométrica, poseen dentro de sí un sonido interno. Cada forma contiene una fragancia espiritual específica, que al entrar en contacto con otras formas, su fragancia se modifica y obtiene matices consonantes, aunque en el fondo continúa inalterable. Ciertos colores son exaltados por ciertas formas y atenuados por otras. La cantidad de colores y formas es infinita, como sus combinaciones y sus efectos.
El arte influye en la sensibilidad y, por ende, sólo puede producirse gracias a ella. La medida y el equilibrio no deben buscarse fuera sino dentro del artista, forman lo que puede denominarse su percepción de límites, su tacto artístico, atributos innatos del artista que se alimenta hasta llegar a una revelación extraordinaria gracias a su entusiasmo.
La obra de arte vive y actúa, influye en la constitución de la atmósfera espiritual. Sólo puede considerarse buena o mala desde esta perspectiva interior.
El arte, libre eternamente, desconoce la obligación. El arte la confronta como la noche al día.

Cuando la religión, la ciencia y la moral -ésta última en virtud a la labor destructiva de Nietszche- se ven sacudidas, y sus bases exteriores vaticinan el derrumbe, el hombre desvía su atención de lo exterior y se concentra en sí mismo. Las primeras zonas y las más sensibles que detectan realmente el viraje en el mundo espiritual son la literatura, la música y el arte.
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