Este año tuve la fortuna de encontrarme con una de las obras más importantes de Séneca: Cartas a Lucilio, escritas en el año 62 en la Antigua Roma. Las 124 cartas están dedicadas a Lucilio Junio, poeta cultivador de la filosofía estóica. Las epístolas a menudo comienzan con una observación sobre la vida cotidiana o responden a una carta anterior, dando como resultado un manual de meditaciones filosóficas.
Como en el siglo de Séneca, los hombres siguen zozobrando en una carencia de valores y de principios que los alienten y orienten en el lioso camino de la historia. Séneca nos habla sobre la conveniencia de una relación de equilibrio con la naturaleza y sobre cómo aprender a vivir, amar y morir. Por esta razón, es importante retomar la filosofía de Séneca, brindándonos con sus Cartas lo mismo que a Lucilio y a sus contemporáneos, uno de los mejores idearios posibles para este imprevisible siglo XXI.
La vida, el cuerpo, el espíritu
Toda vida es suficiente si la vivimos con plenitud. Nuestra longevidad depende del destino, pero vivir plenamente depende de nosotros. Debemos cuidar nuestro cuerpo sin ser esclavos de él, cultivar nuestra mente y beber en la fuente de los mejores autores.
No permitamos que la carga del pasado y la expectación del futuro arruinen nuestras vivencias del presente. La filosofía, como medio para alcanzar la felicidad, ha de apoyarse en la vida y en los hechos, no en meras palabras. La filosofía es la sabiduría, y ésta debe ser el arte de la vida ejercida con plenitud. De ahí que debamos buscar primero la sabiduría antes que la riqueza. Sólo la sabiduría proporciona el gozo permanente. Pero no basta con que sepamos dónde hallar la felicidad, es preciso saber llegar a ella.
La virtud es conforme a la naturaleza y los vicios le son contrarios. Un cuerpo cualquiera, sano o enfermo, se embellece con la hermosura del alma. Los sentidos no juzgan moralmente, por eso la razón, que es facultad rectora de nuestra vida, debe ser el árbitro de lo bueno y de lo malo. La honestidad es la cualidad óptima de la razón.
Pensemos que no hemos nacido sólo para un lugar, sino que, como dijo Sócrates, nuestra patria es el mundo entero.
Debemos obrar haciendo que cada momento sea nuestro, pero para ello debemos aprender a ser dueños de nosotros mismos.
Otras cartas
Todos podemos ser esclavos; unos son esclavos de la lujuria, otros de la avaricia, otros de los honores, todos somos esclavos de la esperanza y del temor. Y no existe esclavitud más deshonrosa que la voluntaria.
Debemos expresar lo que sentimos y sentir lo que expresamos, siendo así que nuestra manera de hablar se corresponda con nuestra vida. Nuestras palabras deben ser de aprovechamiento y no de deleite.
Si no asimilamos lo que leemos y escuchamos, va al acervo de la memoria, no al de nuestra inteligencia. Es preciso convertir el discurso de las palabras en el decurso de nuestra vida. Nosotros debemos distinguir cuantas ideas acumulamos de diversas lecturas, luego, gracias a nuestra propia asimilación e ingenio, fundir en el sabor y discurso únicos los diferentes conocimientos e ideas, de suerte que el modelo sea distinto de la obra nuestra, de nuestra propia reflexión.
«No hemos de preocupamos de vivir largos años, sino de vivirlos satisfactoriamente; porque vivir largo tiempo depende del destino, vivir satisfactoriamente de tu alma».
– Lucio Anneo Séneca.